La semana pasada, Spencer West sorprendió al mundo tras subir al Kilimanjaro gracias a la fuerza de sus dos brazos. Con esta proeza ha recaudado más de 500.000 dólares canadienses para Free The Chindren. Además nos ha recordado otras empresas que, por su grado de dificultad (y quizá por un toque más o menos grande de locura), se nos antoja llamar sobrehumanas. Empresas que, sin embargo, son las que deberíamos llamar con toda convicción, propiamente humanas. Son aquellas que nos hablan de lo que el ser humano, como individuo y como especie, es capaz de lograr.
Las proezas humanas no son necesariamente tan complejas, arriesgadas y portentosas como la de West, pero no tienen por que ser menos relevantes. Me refiero a los pasos que damos cada día para superarnos a nosotros mismos: rompiendo nuestras propias marcas, venciendo nuestros propios miedos. Es sobre esta acción constante sobre uno mismo que habla un estudiante anónimo de 25 años cuando dice: «Me gustar moldear mi cuerpo de la forma que yo quiero. Eso es posible. (…) Ya sabes, si no eres perezoso, puedes hacerlo». El autor de esta frase no es un culturista, ni un metrosexual. Se trata de un chico parapléjico que participó en un estudio realizado por Blinde y McClug (1997), hace ya varios años. En este estudio se procuró analizar cualitativamente el impacto que un programa de actividades deportivas y recreativas diversas (entre las que se encontraba el «tai chi») tenía sobre la percepción que las personas con discapacidad tienen de su cuerpo y de sus habilidades sociales.
La discapacidad, sea del tipo que sea, está asociada con una variedad de etiquetas negativas, así como con la experiencia de la segregación, la devaluación, la estigmatización, la discriminación y la soledad. Las personas con discapacidad encuentran pocos escenarios donde puedan percibirse a sí mismos como personas competentes, y donde puedan desarrollar sus competencias sociales. En consecuencia, su auto-imagen física y social se ven negativamente afectadas. Los autores del trabajo al que se refiere este post han examinado lo que ocurre cuando se provee a las personas con discapacidad de oportunidades para el desarrollo físico y social. Para tal efecto diseñaron un programa de actividades individualizadas que respondían a las necesidades de un grupo heterogéneo de personas con discapacidad: 11 mujeres (entre 19 y 54 años) y 12 hombres (entre 20 y 36 años), entre los que había personas que sufrían de parálisis cerebral, traumatismo craneal, paraplejia, cuadriplejia, osteogénesis imperfecta, distrofia muscular y espina bífida. La mayoría de ellos -y particularmente las mujeres- no realizaba actividades recreativas o deportivas antes de participar en el estudio.
Los autores consideraban que las actividades recreativas y deportivas que formaban parte del programa (actividades como montar a caballo, nadar, levantar pesas, fitness, caminatas y tai chi), al implicar un uso activo del cuerpo, podían afectar la percepción que las personas tenían de su imagen corporal. Al desarrollarse en un contexto de intercambio social, tales actividades podían a su vez influir sobre la auto-imagen social de los sujetos. Después de un período que, según la persona varió entre las 5 y las 24 semanas, Blinde y McClug (1997) tuvieron la oportunidad de poner a prueba sus ideas, entrevistando a los participantes.
Las entrevistas revelaron diferentes formas como la participación en el programa recreativo elevaba o transformaba las auto-percepciones físicas y sociales de las personas con discapacidad. Aunque en algunos participantes las actividades físicas produjeron malestar, incomodidad e incluso dolor muscular, así como sensación de agotamiento, los efectos en la auto-percepción física fueron mayoritariamente positivas. Los autores encontraron referencias a nuevas experiencias corporales (una ampliación percibida del repertorio postural y del rango de movimiento), a la mejora de los atributos físicos (los participantes afirmaban sentirse más «fuertes», «ágiles», «energéticos», «firmes», «flexibles» y «coordinados»), al descubrimiento de capacidades físicas insospechadas por los participantes, y a un aumento de la independencia y la confianza en el propio cuerpo que los llevaba a estar abiertos a nuevas experiencias similares futuras.
La participación en actividades recreativas no solo impactó la auto-percepción física de los participantes, también influyó en su auto-percepción social. Al examinar el contenido de las entrevistas, Blinde y McClung (1997) encontraron dos tipos distintos de transformaciones en este sentido. En primer lugar, la expansión de las interacciones y experiencias sociales de los participantes, quienes tuvieron la oportunidad de interactuar entre sí y con un compañero sin discapacidad (generalmente un estudiante en prácticas que les acompañaba siempre) durante las actividades del programa. Hablar e interactuar con otros, así como ampliar la red de conocidos, fueron valorados como resultados positivos del programa. En segundo lugar, las experiencias sociales incorporadas en la actividad tuvieron implicaciones en la percepción que la persona tiene de sí mismo, más allá del contexto del programa. En este sentido, los participantes mostraron tener iniciativa para mejorar su vida social y buscar contactos en otros escenarios.
Blinde y McClung (1997) concluyen que si un programa de actividad recreativa está adecuadamente estructurado y supervisado, la actividad física puede resaltar las capacidades (por encima de las discapacidades) y funcionar como un promotor de mejoras en la auto-percepción de los participantes, así como en su proactividad y autoeficacia a nivel físico y social. En este sentido, enumeran un conjunto de cuestiones clave en el diseño de su programa: (1) Los individuos podían escoger las actividades en las que querían participar, (2) Muchos de los participantes se involucraron en actividades que eran nuevas para ellos y ellas, (3) Los participantes estaban acompañados, durante todas las actividades, por un compañero sin discapacidad, y (4) Se contó con el transporte adaptado necesario para facilitar el traslado de los participantes a los lugares donde se realizaban las actividades.
Referencias
Blinde, Elaine M.; McClung, Lisa R. (1997). Enhancing the physical and social self through recreational activity: Accounts of individuals with physical disabilities. Adapted Physical Activity Quarterly, 14:327-344.